Las familias se terminan cuando fallecen los padres dice mi madre siempre. No le falta razón a mi progenitora mirando los líos familiares que nos rodean en nuestra cotidianidad en familias famosas y menos famosas. Las peleas entre hermanos de la Casa Alba se reproducen en casi todas las familias españolas cuando hay una herencia de por medio. Un hermano quiere más, otro hermano recibe casi todo, uno no es agraciado en el testamento de los padres con el inmueble que deseaba, las hijas y las nueras se pelean por las joyas de la suegra...
Afortunadamente, no todos somos famosos. Nuestras peleas familiares no tienen eco en la prensa. En cambio, las peleas de los hijos de la fallecida duquesa de Alba llegaron al diario El Mundo y de ahí se repican en otros periódicos y en el resto de la prensa de este país nuestro. El duque, ya mayor y soltero por divorcio, se ha sacudido a sus hermanos ociosos de encima. El duque también es un hombre ocioso, pero, como primogénito, es el que manda, el que heredó más y el que hace ascos de los hermanos más conocidos por sus andanzas en la prensa.
Yo creo que el duque de Alba debería ser Cayetano, ese hombre divorciado de una mujer joven que tuvo dos niñas con edad de estar estudiando en la facultad de Derecho. Aquella mexicana que lo hizo padre no pasó nunca por la Universidad. Se limitó a pasar por la vida de un chico que era jinete e hijo de la simpática duquesa de Alba. España perdió un gran duque de Alba por culpa de la ley del mayorazgo por la que se rige la Casa de Alba.
Cayetano tiene sus razones para sentirse marginado. Este hombre con cara de chico crecido tenía más méritos que su hermano Carlos para estar al frente de la Fundación Casa de Alba. Seguro que sabía sacarle más dinero a esos cuadros que adornan los palacios de doña Cayetana y a los palacios donde habitan los fantasmas de sus antepasados. No somos nada. Cayetano protesta y su hermano anciano le dice que se calle. Igual que en todas las familias. La familia de mis vecinos está en lo mismo: en el reparto de la herencia. Yo ya compré unos tapones en los oídos para no escuchar los lamentos del hijo desheredado de lo mejor de la casa.