Llegué a México
y vi unas ruinas
¿mayas o aztecas?
No sé, algo eran,
pero olían a ladrillo
y no a piedra.
Un templo sin Dios.
¡Qué pena!
Recé a la Virgen de Guadalupe
un padrenuestro entero.
Contestó el Sol,
astro en su aspecto.
¡Qué padre está!, decían
los turistas de rasgos aztecas.
Vosotros sí que sois México.
¡Y los abracé!
Una loca, dijeron.
De Polinesia no hablo
porque aún me ataca
el olor verde
de su estanque.
Le plantaron los árboles
que no sobraban
en el Pirineo vivo
de verdes sauces.
No faltaban las chozas,
mosquitos y escarabajos.
¿Por qué yo lo cuento?
No, mejor no hablo y callo,
pero tú, amiga, haz click
en todas las publicidades
porque estos versos míos
necesitan un pago
y Port Aventura
no paga este halago.
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