Hay que celebrar la Navidad. No se celebró la Semana Santa, no se celebraron las fiestas de pueblos y ciudades, pero la Navidad la hay que celebrar. El Gobierno de Pedro Sánchez y el señor Iglesias nos da permiso para reunirnos los familiares convivientes y no convivientes, saltando los cierres perimetrales impuestos. Estas Navidades son tan diferentes que no se pueden prohibir.
Después del 6 de enero vendrá la cuesta de enero con la crisis económica recrudecida por una crisis sanitaria llamada tercera ola. El coronavirus pasará factura por cada abrazo, por cada beso, por cada brindis. Pero que nos quiten lo bailado. Habremos celebrado una Navidad diferente que lleva en común con las navidades precedentes las comidas y cenas con abuelos y cuñados.
Yo hubiera decretado un confinamiento en casa entre el 22 de diciembre y el 6 de enero. Nada de comidas con la suegra. Nada de cenas con los padres que viven en la aldea. Nada de cenas de empresa en casa del encargado de la fiesta prohibida. Nada de niños peleándose por los caramelos que tira el Rey Baltasar desde su carroza mientras sus compañeros Reyes y Magos aplauden el bullicio de los más pequeños.
Pero yo no soy más que una humilde ciudadana de este país. No mando ni en mi casa. Los que mandan no saben lo que hacen. Ya lo decía Jesucristo.
Doña Jimena
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