Se le acabó el amor
de tanto usarlo
a la madre de Tamara
con Vargas Llosa.
Un día él se puso algo celoso
como solía de cuando en pronto
e Isabel le señaló la puerta
de la mansión que llena
con sus hijos y nietos.
Mario puso algún pero
mientras una doncella
le hacía las maletas
llenándolas de trajes,
libros y neceseres.
Se dejaba la pasta
que usa en sus dientes
cuando Isabel le indica
que también se la lleve.
Los folios manuscritos
no los quiere en sus centros
de rosas que perfuman
sus salones ingleses.
Mario se va furioso
al pisito que tiene
en el Madrid del centro.
¿Por qué ya no lo quiere?
se pregunta al llegar
y nadie le contesta.
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