Me imagino siendo una niña afgana en estos días de vergonzosa llegada al poder de los talibanes. Me imagino su miedo. Siento los temores de esa niña por, quizá, no poder volver a su colegio. Imagino a esa niña pidiendo ayuda a la comunidad internacional como Greta Thunberg, cuando se dio cuenta de que iba a heredar un Planeta Tierra agonizando por el cambio climático.
¡Qué dolor ser niña afgana! Duele el alma. Duele hasta el aliento porque yo y tú y tus amigas hemos sido niñas que fuimos al colegio, al instituto, a la universidad. Hemos sido niñas que nos hemos reído al lado de niños en las aulas de nuestros centros de enseñanza. Hemos sido adolescentes con minifalda, pantalón corto, escotes, bikinis. Conocimos el amor libre. Ejercimos el amor libre casándonos, no casándonos, teniendo novio, compañero sentimental, amigos. Decidimos si queríamos tener hijos. Tuvimos los hijos que quisimos tener. Participamos en la vida social, política, trabajamos. Fuimos a votar. Fuimos, somos y seguiremos siendo libres.
Por eso, desde mi pequeña humildad, escribo este artículo en defensa de la libertad de las mujeres y niñas afganas. Las necesitamos libres, como nosotras. Las queremos libres. Nos avergonzamos de que Estados Unidos, el primer país del mundo, les dé la espalda. Por eso decimos: hermanas, os apoyamos.
María Rey
Economista
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