Mi marido consiguió impresionarme cuando hizo una reserva en el Ayre Hotel Oviedo, un hotel diseñado por el famoso arquitecto Santiago Calatrava. No hay duda de quien lo diseñó cuando le ves la fachada. Está en la línea de todo lo esperpéntico que diseña ese arquitecto valenciano.
Nuestra habitación era tan minimalista que daba pena. Sólo había camas: una de matrimonio y dos a mayores para las niñas. Las mesillas eran inexistentes. Tan pequeñitas que no te cabía ni el móvil. Los cuadros nunca los habían visto aquellas paredes. Los cabeceros de las camas eran perfectos para los que se dan cabezazos en ellos porque estaban acolchados. La habitación estaba decorada en tonos blancos y negros. Muy zen.
Igual de zen era el cuarto de baño. La bañera era minúscula. Tuve que dejar la mampara abierta porque allí dentro no respiraba con el agua caliente. Lo único que me gustó del baño fue su color blanco por doquier.
Lo más incómodo fue la mesa escritorio que nos dejaron. No tenía silla sino un puff en el que te sentabas y acababas con el trasero casi en el suelo. Aparté el puff y le acerqué un sillón rojo que me recordó los sillones que diseñaba Dalí cuando necesitaba dinero.
Mis hijas flipaban con un par de sillas que había. Eran rarísimas. Supongo que otro diseño del gran Calatrava. Te sentabas en ellas y no te cabía el culo. Mi marido decía que eran para sentar los perritos de Paris Hilton.
No creo que vuelva a este hotel. Es muy moderno, pero yo prefiero un hotel cómodo. No estoy para sufrir los diseños de Calatrava.
Nuestra habitación era tan minimalista que daba pena. Sólo había camas: una de matrimonio y dos a mayores para las niñas. Las mesillas eran inexistentes. Tan pequeñitas que no te cabía ni el móvil. Los cuadros nunca los habían visto aquellas paredes. Los cabeceros de las camas eran perfectos para los que se dan cabezazos en ellos porque estaban acolchados. La habitación estaba decorada en tonos blancos y negros. Muy zen.
Igual de zen era el cuarto de baño. La bañera era minúscula. Tuve que dejar la mampara abierta porque allí dentro no respiraba con el agua caliente. Lo único que me gustó del baño fue su color blanco por doquier.
Lo más incómodo fue la mesa escritorio que nos dejaron. No tenía silla sino un puff en el que te sentabas y acababas con el trasero casi en el suelo. Aparté el puff y le acerqué un sillón rojo que me recordó los sillones que diseñaba Dalí cuando necesitaba dinero.
Mis hijas flipaban con un par de sillas que había. Eran rarísimas. Supongo que otro diseño del gran Calatrava. Te sentabas en ellas y no te cabía el culo. Mi marido decía que eran para sentar los perritos de Paris Hilton.
No creo que vuelva a este hotel. Es muy moderno, pero yo prefiero un hotel cómodo. No estoy para sufrir los diseños de Calatrava.