Hay una mujer, Chirlane McCray, esposa del casi recién estrenado alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, que desde un principio inspiró gran curiosidad. Su singularidad está a la vista: es una negra casada con un blanco. Y a pesar de que las normas bien aprendidas del lenguaje público mandan observar este hecho con naturalidad, en la vida real los matrimonios mixtos siguen siendo escasos.
Esa diferencia en el tono de piel, que significa también una cultura en ocasiones muy diferenciada y unos desafíos desiguales en los años escolares (sobre todo para las niñas negras) acentuó el interés sobre la pareja y la familia que habían creado. A su negritud se añadió el hecho de que Chirlane se había declarado abiertamente lesbiana en sus años estudiantiles. Lo hizo a través de una especie de manifiesto que publicó en una revista radical de los 80, cuando desembarcó en Nueva York para convertirse en una activista de los suyas, las mujeres negras. Las mujeres lesbianas negras.
En un principio, el pasado y la condición bisexual de la señora McCray, animaron la campaña de este demócrata y las crónicas que se escribían sobre el matrimonio: padres de dos adolescentes mulatos, guapos, con pelo a lo afro y algunos problemas que lejos de ocultarse se sirvieron en bandeja a la prensa, como el hecho de que la hija hubiera tenido problemas con el alcohol y los porros. Pero como era de esperar, esa bendición que la familia De Blasio recibió en un principio estaba más relacionada con las obligadas normas de corrección verbal que con una verdadera tolerancia. Ahora han encontrado la manera de hincarle el diente. La bella señora McCray concedió hace dos semanas una entrevista a la revista New York y contestó con inusitada franqueza a las preguntas de la periodista. Con respecto a la maternidad, la esposa del alcalde dijo haber tardado en encajarla dentro de su vida y no haber querido renunciar a su condición de mujer trabajadora. Expresaba claramente su amor incondicional por los hijos pero se veía incapaz de entregar el día entero a su crianza.
Cuando leí las palabras de McCray sentí que hablaba por mí. Coincido con ella en el amor por mi trabajo y en mi condición de madre imperfecta. Me remito al lema que hace unos días leí en el Museo de los Derechos Civiles en Memphis: "Las mujeres que se portan bien rara vez pasan a la historia". Pues eso.
Esa diferencia en el tono de piel, que significa también una cultura en ocasiones muy diferenciada y unos desafíos desiguales en los años escolares (sobre todo para las niñas negras) acentuó el interés sobre la pareja y la familia que habían creado. A su negritud se añadió el hecho de que Chirlane se había declarado abiertamente lesbiana en sus años estudiantiles. Lo hizo a través de una especie de manifiesto que publicó en una revista radical de los 80, cuando desembarcó en Nueva York para convertirse en una activista de los suyas, las mujeres negras. Las mujeres lesbianas negras.
En un principio, el pasado y la condición bisexual de la señora McCray, animaron la campaña de este demócrata y las crónicas que se escribían sobre el matrimonio: padres de dos adolescentes mulatos, guapos, con pelo a lo afro y algunos problemas que lejos de ocultarse se sirvieron en bandeja a la prensa, como el hecho de que la hija hubiera tenido problemas con el alcohol y los porros. Pero como era de esperar, esa bendición que la familia De Blasio recibió en un principio estaba más relacionada con las obligadas normas de corrección verbal que con una verdadera tolerancia. Ahora han encontrado la manera de hincarle el diente. La bella señora McCray concedió hace dos semanas una entrevista a la revista New York y contestó con inusitada franqueza a las preguntas de la periodista. Con respecto a la maternidad, la esposa del alcalde dijo haber tardado en encajarla dentro de su vida y no haber querido renunciar a su condición de mujer trabajadora. Expresaba claramente su amor incondicional por los hijos pero se veía incapaz de entregar el día entero a su crianza.
Cuando leí las palabras de McCray sentí que hablaba por mí. Coincido con ella en el amor por mi trabajo y en mi condición de madre imperfecta. Me remito al lema que hace unos días leí en el Museo de los Derechos Civiles en Memphis: "Las mujeres que se portan bien rara vez pasan a la historia". Pues eso.