En Corea del Sur se ven muchas mujeres vestidas con trajes regionales. Fue lo que más me llamó la atención de este pequeño país. No sé si se vestían con la prenda regional porque era una moda generalizada por todo el país o porque había alguna ley no escrita que las condenaba al traje típico del país. Mi marido quería que comprara uno de aquellos trajes. Le dije que ni hablar. Los trajes regionales nunca me gustaron demasiado, y mucho menos me gustan para vestirme yo con ellos.
Nuestro viaje por Corea del Sur nos dio para algo de ocio, pese a ser un viaje de negocios. Tuvimos tiempo para ir a una cafetería donde te dibujaban cuadros de pintores mundialmente famoso con unas tintas especiales en el café. Tintas naturales, nos dijeron. A mí me costó tomarlo. Desconfiaba un poco de las tintas. Me animé cuando vi que mi marido iba por el segundo café con un cuadro de Monet. No iba a quedar sin probar un café tan peculiar. La tinta natural le daba un sabor distinto, pero seguía siendo café.
Corea del Sur es un país de las artes marciales. No fuimos a ver ninguna pelea. Yo soy muy pacifista. Tampoco me gusta ver una sociedad tan competitiva como la coreana. Aquella gente sólo piensa en trabajar y en trabajar más que el vecino, más que el compañero de curro. Deberían hacérselo mirar. Cuando me dijo un camarero que tenían una jornada laboral de 58 horas semanales casi me da un soponcio. Son esclavos.
El capitalismo radical está muy bien asumido por los coreanos. Todos quieren trabajar. Se sienten muy realizados trabajando casi más horas que tiene el día. Son personas muy disciplinadas. Mi marido decía que los de Corea del Sur le recordaban a los japoneses. Yo creo que aún son más trabajadores.
Nunca olvidaré los grandes rascacielos de Seúl, una ciudad que compagina tradición y modernidad. La parte antigua es muy imperial. Cuando acabamos los negocios de mi marido en Seúl nos fuimos a un retiro en un templo budista. Fue un regalo de los socios de mi marido. Todo un detalle. La estancia en el templo budista me puso de los nervios. Había un silencio enfermizo.
Pese a todo os recomiendo visitar Corea del Sur, es un país distinto. Hay que verlo para creerlo. Lo más bonito para mí fue Seúl. Tiene unos rascacielos muy bonitos.
Nuestro viaje por Corea del Sur nos dio para algo de ocio, pese a ser un viaje de negocios. Tuvimos tiempo para ir a una cafetería donde te dibujaban cuadros de pintores mundialmente famoso con unas tintas especiales en el café. Tintas naturales, nos dijeron. A mí me costó tomarlo. Desconfiaba un poco de las tintas. Me animé cuando vi que mi marido iba por el segundo café con un cuadro de Monet. No iba a quedar sin probar un café tan peculiar. La tinta natural le daba un sabor distinto, pero seguía siendo café.
Corea del Sur es un país de las artes marciales. No fuimos a ver ninguna pelea. Yo soy muy pacifista. Tampoco me gusta ver una sociedad tan competitiva como la coreana. Aquella gente sólo piensa en trabajar y en trabajar más que el vecino, más que el compañero de curro. Deberían hacérselo mirar. Cuando me dijo un camarero que tenían una jornada laboral de 58 horas semanales casi me da un soponcio. Son esclavos.
El capitalismo radical está muy bien asumido por los coreanos. Todos quieren trabajar. Se sienten muy realizados trabajando casi más horas que tiene el día. Son personas muy disciplinadas. Mi marido decía que los de Corea del Sur le recordaban a los japoneses. Yo creo que aún son más trabajadores.
Nunca olvidaré los grandes rascacielos de Seúl, una ciudad que compagina tradición y modernidad. La parte antigua es muy imperial. Cuando acabamos los negocios de mi marido en Seúl nos fuimos a un retiro en un templo budista. Fue un regalo de los socios de mi marido. Todo un detalle. La estancia en el templo budista me puso de los nervios. Había un silencio enfermizo.
Pese a todo os recomiendo visitar Corea del Sur, es un país distinto. Hay que verlo para creerlo. Lo más bonito para mí fue Seúl. Tiene unos rascacielos muy bonitos.