El racismo no sabe de ricos y pobres. Todos somos racistas. Las personas atacamos al otro señalando con el dedo acusador el elemento diferente de ese otro. Por eso hablar de racismo en la Casa Real Británica no es nada nuevo bajo el sol.
Tras la sonada entrevista concedida por Harry y Meghan a la televisión estadounidense, previo pago de un suculento cheque, muchos se rasgan las vestiduras. Los medios de comunicación que llamaban negra a Meghan buscan al que la llamaba negra dentro del Palacio de Buckingham. ¿Sería el anciano marido de la Reina? ¿Sería el suegro que le ofreció el brazo a la novia hasta el altar? ¿Sería el heredero del heredero?... La acusación de racismo puede ser peor que la acusación de delito fiscal. En España tenemos al Rey Juan Carlos en el exilio por no declarar unas comisiones y unos regalos. No quiero ni pensar qué se haría con un miembro de la realeza al que se le grabaran unas declaraciones racistas.
La Reina emite un breve comunicado cariñoso con los dolidos Duques de Sussex y resiste. Es la Reina de Inglaterra, una mujer que vivió la Segunda Guerra Mundial, que vivió escándalos en su familia, que quedó impoluta de los que salpicaban a la Monarquía. Harry y Meghan no podrán con la vieja reina. Bien dice el refrán que la vejez es fuente de sabiduría.
Doña Jimena
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