Te quiero, Isabel. Con estas contunde frase se volvió a declarar Mario Vargas Llosa enamorado de la ex mujer de Julio Iglesias. Se celebraban los diez años de la concesión a don Mario del Premio Nobel de Literatura en el Instituto Cervantes. No había mejor sitio para declararse enamorado y en plena forma.
El Nobel sigue escribiendo. Ha encontrado la mejor inspiración en el hogar que le dejó libre el señor Boyer: su viuda, su hija Ana, su yerno el tenista, su nieto, la hija del finado marqués de Griñón. Don Mario ha comprobado que una familia reconstruida es un entorno muy apetecible. Tan feliz está y tan feliz lo ven sus propios hijos, que se suman de cuando en cuando a los actos públicos a lo que acude el escritor. Por ejemplo, su hija Morgana estuvo presente en la presentación de la última novela del autor de La fiesta del chivo. Los hijos suelen arrimarse a los padres cuando ven como se aproxima la fecha en la que pasan de hijos a herederos.
Afortunadamente, don Mario se ve un anciano fuerte. Mérito de Isabel. La señora Preysler es conocida por ser una buena ama de casa, como muestra de cuando en cuando en las exclusivas que le paga muy bien la revista ¡Hola!. Perfectamente peinada y maquillada, Isabel pone en esas exclusivas su casa como telón de fondo. Sillones maravillosos, la piscina cubierta y con agua caliente, los suelos de Porcelanosa, alguna joya de Suárez como aderezo de su persona, los trapitos de su hija la nueva marquesa de Griñón, los trapitos de diseñadores más caros, zapatos de marca, olor a bombones Ferrero Rocher.
No me extraña que don Mario esté inspirado. El Nobel va camino de recibir su segundo Nobel de Literatura porque su inspiración fructifica en nuevos libros, textos de una calidad que sólo puede explicar el amor. Mario Vargas Llosa escribe con la pluma enamorada, va desgranando frases sentado en el escritorio que dejó vacío el ex ministro de Economía y Hacienda, pone fin en sus novelas como fin puso don Miguel Boyer en la Rumasa de Ruiz Mateos.
Gracias Isabel, gracias. Isabel aplaude. Todos los asistentes al acto aplauden. El amor existe. Yo me emociono mirando como dos ancianos se aman, y deseo ser una anciana joven en el otoño de mi vida, cuando este verano que aún vivo empiece a ver caer las hojas de los árboles que hoy me dan tanta sombra.
Doña Jimena
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