Te imagino, amor mío,
en un castillo muy árabe
comiendo cordero joven
con tus dientes de empresario
y casi muero de risa
al imaginar tu cara.
No vales para vivir
entre piedras de antaño
rodeado por las armas
de viejos antepasados
que lucharon en el Júcar
con un bravo pez espada.
Es mejor que no intentes
cazar un oso de trapo
en una excursión que acabe
ante las Casas Colgadas.
Lo tuyo, cariño mío,
no es nadar en embalses.
Sólo haces natación
en la bañera de casa.