En este país corrupto desde la Casa Real hasta el último concejal de un pueblo cualquiera, aparece un pequeño Nicolás que parece sacado de un cuento de niños que creen en los Reyes Magos. El chico sólo engañaba a los políticos. Yo si lo hubiera visto en una recepción en el Palacio Real supondría que era un niño escapado de un colegio de monjas. Ese pequeño Nicolás tiene cara de tontito, de niño glotón que todavía come bocadillos de nocilla y se muere por una hamburguesa grasienta.
Ahora tenemos al miembro del CNI más espabilado haciendo caja en periódicos que pagan exclusivas y en televisiones que buscan audiencias fáciles. Tiene futuro el chaval. Mientras otros veinteañeros se dedican a estudiar en una España de recortes, el joven Nicolás se embolsa grandes sumas por contar sus memorias inmediatas.
No sé si lo admiro o si lo odio. Lo que sí sé es que si tuviera un hijo me gustaría que fuese un político ladrón o un pequeño Nicolás que tima a los políticos corruptos haciéndose pasar por un hombrecillo de altos vuelos que nadie sabe de donde ha salido. El niño Nicolás podría venderle un seguro barato inexistente a una anciana olvidada por sus familiares o continuar vendiendo preferentes en las cajas de ahorros reconvertidas en bancos a antiguos clientes estafados. Parece que es un chico que convence a todos menos a mí.
La economista