Cuando vamos con mi suegra solemos encontrar buenos restaurantes para comer en familia. La madre de mi chico se fija en restaurantes como el Mesón Catro Ventos en Barbeitos.
Está en Ribadeo, en la provincia de Lugo. Se ubica en una casona de dos plantas con tejado de pizarra y aspecto rústico. Nosotros nos fuimos para la planta de arriba. La planta de abajo tiene una decoración muy rústica y una especie de barbacoa, donde asan la carne, que no me pareció bien que estuviera cerca de las niñas. Mis hijas son calmadas, pero traviesas. Enseguida meten las manos donde no deben.
La planta de arriba tenía una barra más moderna que la de abajo y muchas más mesas para comensales. Allí nos sirvieron una carne de buey que estaba para chuparse los dedos y ternera gallega bien pasada por las brasas. Las chuletas eran enormes. También fueron generosos con la ración de lomos de bacalao que pidió mi suegra. Nos contó el camarero que cuando servían bacalao se les ponía el local hasta los topes. Nosotros tuvimos suerte de conseguir mesa libre. Sólo quedaban dos más.
La comida me recordó mucho los platos típicos en las aldeas gallegas. Como decía mi chico, sólo nos faltaba el caldo. No nos animamos a probar el orujo. Fue olerlo y decir que no todos. Era muy fuerte. Los vecinos de mesa le echaron orujo a los cafés. Debe ser una costumbre gallega. Ellos bebían y hablaban del MBA online que estaba estudiando su hijo pequeño.
La única desventaja que le encontré a este restaurante fue su ubicación. Está aleado del mundanal ruido; demasiado alejado para mi gusto.
El precio es módico. Nosotros comimos todos por 80 euros. Tres adultos y dos niñas.
Está en Ribadeo, en la provincia de Lugo. Se ubica en una casona de dos plantas con tejado de pizarra y aspecto rústico. Nosotros nos fuimos para la planta de arriba. La planta de abajo tiene una decoración muy rústica y una especie de barbacoa, donde asan la carne, que no me pareció bien que estuviera cerca de las niñas. Mis hijas son calmadas, pero traviesas. Enseguida meten las manos donde no deben.
La planta de arriba tenía una barra más moderna que la de abajo y muchas más mesas para comensales. Allí nos sirvieron una carne de buey que estaba para chuparse los dedos y ternera gallega bien pasada por las brasas. Las chuletas eran enormes. También fueron generosos con la ración de lomos de bacalao que pidió mi suegra. Nos contó el camarero que cuando servían bacalao se les ponía el local hasta los topes. Nosotros tuvimos suerte de conseguir mesa libre. Sólo quedaban dos más.
La comida me recordó mucho los platos típicos en las aldeas gallegas. Como decía mi chico, sólo nos faltaba el caldo. No nos animamos a probar el orujo. Fue olerlo y decir que no todos. Era muy fuerte. Los vecinos de mesa le echaron orujo a los cafés. Debe ser una costumbre gallega. Ellos bebían y hablaban del MBA online que estaba estudiando su hijo pequeño.
La única desventaja que le encontré a este restaurante fue su ubicación. Está aleado del mundanal ruido; demasiado alejado para mi gusto.
El precio es módico. Nosotros comimos todos por 80 euros. Tres adultos y dos niñas.